martes, 16 de julio de 2013

EL ORIGEN

En la anterior entrada vimos qué es lo que falla en nuestro uso, en esta vamos a intentar aclarar, a grandes rasgos, el por qué. Decíamos que el hombre es el ser con mayor potencial sobre la faz de la Tierra, y esto es debido a nuestro extraordinario y sorprendente desarrollo cerebral. Ningún animal puede osar compararse con la capacidad cognitiva y operativa de nuestro neocortex. Esto nos convierte en una criatura única, pues nos otorga una serie de posibilidades que se encuentran completamente fuera del alcance de los demás organismos del planeta.


De todos los rasgos que nos caracterizan como seres humanos, vamos a detenernos en nuestra fabulosa capacidad para aprender nuevos comportamientos, que es lo que más nos interesa para nuestro análisis. Gracias a la gran complejidad de nuestro cerebro, poseemos una habilidad extraordinaria para aprender nuevos comportamientos y habilidades que no poseemos de forma instintiva, esto es, que no son innatos. Nuestro repertorio es potencialmente infinito: podemos aprender a patinar, tocar la guitarra, ser carpinteros, astronautas, químicos o, incluso, profesores de la Técnica Alexander. Esta capacidad nos convierte en seres únicos en la Tierra, pues no existe animal que pueda compararse con nuestra capacidad en este aspecto. Pero este don resulta ser un regalo envenenado, una moneda -de oro, sí- pero con dos caras. Pues nuestra poderosa capacidad plástica, gracias a la cual hemos conseguido dominar el planeta, también trae aparejada peligrosas contrapartidas: podemos aprender muchas cosas nuevas -pero también aprenderlas mal...
 
Ninguna otra criatura cuenta con estas ventajas, ni con estos inconvenientes... Si bien es cierto que a determinados animales se les puede amaestrar y enseñarles algunos comportamientos aprendidos, ciertamente se trata de pautas y movimientos sencillos y superficiales, algo incomparable con la profunda capacidad humana de aprendizaje. Por lo tanto, los animales tienen la desventaja de estar relativamente fijados en sus comportamientos innatos, instintivos; pero esa falta de capacidad se convierte en ventaja en el sentido de que son incapaces de interferir con su uso natural, con su uso óptimo de su organismo. Pero entonces, ¿por qué tenemos un mal uso, acaso existe algún tipo de problema evolutivo en la especie humana?

La respuesta a esta pregunta resulta ser muy compleja y no existe aún ninguna definitiva. Algunos se inclinan por la tesis de que nos encontramos ante un problema específico de la vida moderna, cuyas antinaturales (por artificiales) demandas habrían pervertido nuestro uso. Otros, prefieren la teoría de la adaptación incompleta, es decir, que el hombre aún no se habría adaptado completamente a su "nueva" postura bípeda y por ello nuestro uso es aún imperfecto. De este modo explicarían los habituales y extendidos problemas de columna. La primera respuesta es algo simplista, pues en última instancia es posible mantener un buen uso en cualquier situación, tiene que haber algo más que nos haya conducido a la degeneración. Es cierto que las condiciones de vida moderna son estresantes, ¡pero seguro que también lo era vivir rodeado de bestias devora-hombres a las que aún no dominábamos! De hecho, en las culturas primitivas contemporáneas también podemos encontrar un mal uso generalizado, aunque ciertamente no parece tan acusado como en la civilización moderna, lo que indica que las condiciones de la vida moderna pueden ser un potenciador del mal uso, pero no su causa última. La segunda respuesta sencillamente carece de pruebas o indicios que la sustenten. No existe ningún motivo para sospechar que estemos inadaptados al bipedismo, de hecho la misma Técnica Alexander demuestra lo contrario, pues si el problema fuera inherente al bipedismo, no habría forma de conseguir tener un buen uso a menos que introdujéramos alguna modificación anatómica. Entonces, ¿cuál es el problema?

La explicación más sólidamente respaldada por el conocimiento actual es que el responsable último de nuestro mal uso es, paradójicamente, nuestro extraordinario desarrollo cerebral. Como demostraron los científicos Charles Sherrington y Rudolf Magnus, el control postural reflejo se encuentra en el tronco encefálico y el cerebelo, a nivel subcortical, esto es, por debajo del control consciente y, por lo tanto, de la voluntad. Esto nos indica que, en un nivel básico, la cuestión de la postura y el movimiento en el organismo animal no necesita de los centros superiores del cerebro humano, por ello incluso los animales con cerebros sumamente primarios son también capaces de moverse. Y en los animales más desarrollados cerebralmente, como los mamíferos, el profesor Magnus realizó multitud de experimentos en los que seccionaba la conexión entre la corteza cerebral y distintas partes situadas entre el cerebelo y el tronco encefálico, y después entre todo el cerebro y el resto del cuerpo, es decir, los animales quedaban decerebrados, y aún así eran capaces no sólo de mantenerse erguidos sino incluso -mediante los estímulos externos adecuados- de andar, correr, levantarse, agacharse... La explicación de esto es que multitud de patrones de movimientos reflejos están codificados en el sistema nervioso central (tronco encefálico y médula espinal). Con estos experimentos quedó indubitablemente demostrado que la postura y el movimiento son orquestados en sus detalles por reflejos involuntarios situados a nivel subcortical.

Esto nos conduciría a sospechar que el origen del problema en el uso humano radica en que sus novedosos centros cerebrales superiores han alcanzado tal nivel de complejidad y poder que llegan a interferir con los centros de control subcorticales. Veamos cómo. Uno de los cambios cerebrales fundamentales en el proceso de hominización fue el enorme incremento en la importancia relativa del neocortex, debido a su gran crecimiento y un aumento de su complejidad a través de una reorganización estructural. Esta nueva configuración nos confiere las peculiares particularidades de la conducta y el aprendizaje humanos, dotándonos de un "universo mental" incomparable al del resto de animales, no queriendo esto decir que ellos carezcan en absoluto de muchos de los atributos del cerebro humano, pero -cuando los poseen- lo hacen en un grado mucho menor y, en conjunto, su potencial y complejidad queda lejos del cerebro humano. Bien, entre las características especiales del cerebro humano con capacidad para interferir con el uso óptimo, hay tres que destacan especialmente. Primero, la autoconciencia. Como decíamos, esta característica la poseen otros animales, pero nunca al nivel humano. Se sabe que otros animales son capaces de reconocerse en el espejo, pero el hombre es el único capaz de reflexionar acerca de su conciencia, de su conocimiento y de sí mismo. Desde el punto de vista del uso, lo relevante es que, además de Homo sapiens ((hombre que piensa), también somos "el hombre que sabe que hace", es decir, sabemos que somos responsables de nuestros movimientos y acciones. Este hecho es muy probable que sea el detonante del sobreuso, pues, dado que "sabemos que hacemos", en nuestro afán por contribuir y ayudar al movimiento, acabamos interfiriendo con él. Cuando cepillándonos los dientes subimos el hombro, en última instancia lo hacemos motivados por la idea de que "algo, yo que soy el responsable de la acción, tengo que hacer para mover el brazo", pero, dado que -como hemos visto- los detalles del movimiento se orquestan por debajo del nivel de la conciencia, lo que acabamos haciendo es interferir con el movimiento natural, que hubiera sido el óptimo, pues al "ayudar" introducimos contracciones (y, por lo tanto, bloqueos y compresiones) innecesarias. El animal hace, pero no sabe-que-hace, no piensa en un "yo responsable", simplemente desea y ejecuta. 

En segundo lugar, estaría nuestro razonamiento verbal. El hecho de poder ordenar nuestro pensamiento mediante un lenguaje articulado y generar conceptos abstractos hace que, por decirlo así, tengamos la capacidad de evadirnos del aquí y ahora. Esto nos otorga una gran capacidad de teorización, de aprender del pasado para mejorar el futuro, pero -paradójicamente- nos "aleja" de nuestro presente inmediato, lo que nos hace perder contacto con la inmediatez de nuestro cuerpo y de nuestras sensaciones acerca de él cuando estamos ensimismados en nuestros pensamientos. En el uso de sus sentidos, sabemos que los animales son mucho, muchísimo mejores que nosotros. Esto vendría a avalar que el no poder divagar acerca del futuro y del pasado otorga un contacto más vívido y preciso con el presente inmediato, con la inmediatez de tu cuerpo aquí y ahora. 

Bien, y como tercera característica que podemos encontrar como relevante para el uso, tenemos las complejidades y sutilezas especiales con que los humanos podemos desarrollar la emoción básica del miedo; precisamente, en gran medida, a través de las dos características anteriores de la autoconciencia y el razonamiento verbal. Analicemos esta cuestión con algún detalle. En el resto de animales, la emoción del miedo habitualmente completa su ciclo, es decir, surge, cumple su función y desaparece: el animal se asusta porque percibe una amenaza externa, física, y se prepara para la lucha-huida; si la amenaza no era tal (un simple ruido), el miedo desaparece; si la amenaza es real (otro animal) la lucha o la huida se consuman con éxito o fracaso. Pero habitualmente el ciclo se completa. Ciertamente, hay casos en los que el animal expuesto constantemente a situaciones que le generan estrés puede terminar desarrollando ansiedad. Esto puede producirle cambios fisiológicos y conductuales (típicamente aumento de agresividad o retraimiento), pero no provoca cambios en su uso, pues la respuesta se da a un nivel básico, respondiendo a factores directamente ambientales situados en su aquí y ahora, careciendo por lo tanto de las complejidades y sutilezas de la reacción humana. Además, el animal carece de nuestra profunda plasticidad neuromotora que nos permite aprender virtualmente infinitos patrones de movimiento; el animal, por así decirlo, está confinado a su programa de uso por defecto o puede alterarlo en un grado relativamente pequeño.  En los humanos, sin embargo, todo es mucho más complejo. Nosotros somos capaces de sentir miedo como respuesta a meras representaciones mentales, estén estas basadas en situaciones reales o incluso sean sencillamente imaginarias. Y, de hecho, lo hacemos constantemente. No es que tengamos habitualmente lo que se conoce popularmente como "miedo físico", pero sí una forma atenuada de este: preocupaciones. El animal se ocupa de los estímulos inmediatos, nosotros nos pre-ocupamos de un sinfín de cosas. A lo que antes nos referíamos como "miedo físico" es sencillamente la emoción básica del miedo, que compartimos con los animales. Pero los humanos, además, hemos desarrollado los sentimientos, que vendrían a ser las emociones pasadas por el tamiz de la razón, del pensamiento consciente. Esto marca una gran diferencia. Primero porque hace que su efecto sea mucho más prolongado: la emoción es inmediata, fugaz, el sentimiento nos puede acompañar incluso toda la vida. Y segundo porque por su propia naturaleza -una emoción entreverada con la consciencia y el lenguaje- sus efectos en el organismo son mucho más profundos y globales. 

Todo cerebro animal es un detector especializado de amenazas. Pero mientras que los cerebros del resto de animales, más básicos, se dedican principalmente a detectar amenazas vitales, físicas, el nuestro, mucho más complejo, es capaz incluso de imaginar amenazas que no existen en realidad. Para el animal la amenaza tiene carácter inmediato, nosotros somos capaces de anticipar amenazas en un tiempo y lugar en el que ni siquiera estamos ahora. Eso es a lo que llamamos preocupaciones, en contraste a ocuparse del presente inmediato. A lo largo del día experimentamos multitud de tales preocupaciones. Unas más banales: tráfico, llegar tarde a una cita, exposición social (qué impresión causará mi ropa, o lo que diga, o lo que haga), sensación de que el tiempo no me alcanza, etc. Luego están las preocupaciones vitales: qué va a ser de mí en los estudios, en el trabajo, en mi vida sentimental, seguridad personal... Incluso cuando no pensamos específicamente en tales cuestiones, siempre pueden estar corriendo en "segundo plano", haciendo que haya un estado bastante habitual de miedo atenuado, de preocupaciones o "pre-preocupaciones". ¿Pero en los humanos podemos relacionar el miedo con el uso?  Eso se preguntó el profesor Frank Pierce Jones, por lo que diseñó un exhaustivo estudio del reflejo del miedo. Para ello se daban a los sujetos experimentales las direcciones de la Técnica Alexander para, repentinamente, perturbarles asustándoles con un ruido inesperado de diferentes magnitudes. Los resultados arrojaron que el miedo causado por el ruido inesperado causaban un patrón determinado en los sujetos (que se denominó pauta de sobresalto) que era sospechosamente parecido al patrón habitual de lo que llamamos mal uso: cuello tenso (siempre se tensaba primero el cuello), hombros recogidos, espalda acortada, rodillas bloqueadas... Estas condiciones expresadas por el miedo las podemos encontrar prácticamente en cada persona, en lo que llamamos mal uso, solo que atenuadas, de la misma forma que nuestras preocupaciones constantes son una forma atenuada, diluida, del miedo. Ahí tenemos una prpbable explicación de cómo el desarrollo de nuestro neocortex puede causar una tensión muscular excesiva y constante que interfiere con el funcionamiento correcto de las funciones musculares, que son reguladas por el sistema subcortical. Por todo ello, es plausible establecer una relación directa entre nuestra complejidad cerebral y el mal uso que hacemos de nosotros mismos, sin perjuicio que que haya otro tipo de relaciones y de que, evidentemente, queda muchísimo por conocer y experimentar.  

A continuación veremos que, además, estas tensiones musculares van a tender a quedar fijadas en nosotros dadas nuestras peculiaridades en el aprendizaje, creando así interferencias con nuestro uso innato y produciéndose un conflicto de poder entre los mecanismos subcorticales y los centros superiores del cerebro.

No hay comentarios:

Publicar un comentario